El Jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta y su alfil en educación Soledad Acuña tuvieron que dar marcha atrás en el intento de cierre de las escuelas nocturnas, frente a la resistencia llevada a cabo por las y los docentes organizados sindicalmente, los estudiantes afectados, las familias de estos estudiantes y por toda la comunidad que fue haciendo propia una lucha que, de fondo, es por el derecho a la educación.
Tras el contundente rechazo de la sociedad, que tuvo distintos modos de manifestación, la ministra acorralada tuvo que dejar sin efecto la Resolución 4055/18 firmada por ella misma en diciembre, en la que ordenaba el cierre de las 14 escuelas nocturnas con orientación comercial en la Ciudad de Buenos Aires.
En una ciudad en la que habitan más de 400.000 ciudadanos mayores de 18 años sin los estudios secundarios completos, el Gobierno había convalidado el cierre de estas instituciones con argumentos tan precarios como el de tener planes de estudios muy atrasados o la poca cantidad de estudiantes que acudían a estos establecimientos.
En lugar de planificar políticas de inclusión y/o programas de fomento de la educación para los sectores que más los necesitan, la gestión de Soledad Acuña prefirió avanzar en el ajuste del sistema educativo público, tal como lo hiciera en la educación Superior con la controvertida creación de la UniCABA.
Lo que hoy parece ser una pequeña victoria, porque sólo se trataba de 14 escuelas nocturnas de una jurisdicción, se volvió rápidamente en una gran batalla ganada, que significó la toma de conciencia por parte de la sociedad acerca de la importancia de garantizar el derecho a la educación, especialmente para los sectores más excluidos del sistema.
Este triunfo obtenido por la clase trabajadora es muy importante en el año que corre, de grandes definiciones políticas. Es una lección sobre la importancia de no quedarse inmovilizados por las situaciones y condiciones del contexto actual. Es la muestra de un aprendizaje colectivo sobre las incertidumbres que se instalan en el sentido común acerca de si vale o no la pena luchar en contra de la restauración conservadora que hoy se nos ha impuesto. Y el aprendizaje más significativo es que la organización social ha sido la mejor manera de resistir para triunfar.
Y si de aprendizajes estamos hablando, hay que tomar nota de que esta pequeña-gran pelea, que aparentemente afectaba a unos pocos, dejó rápidamente al desnudo a quienes gobiernan en base a la vulneración cotidiana de los derechos sociales y colectivos.
La cosa cambió cuando el reclamo ganó la calle y las pantallas. Cuando los distintos sectores se organizaron y mostraron, por las diversas redes, la fuerza de esa organización. Cuando hasta los medios hegemónicos comenzaron a cuestionar la medida y dejaron en offside a la ministra Soledad Acuña. Cuando Rodríguez Larreta ya no podía ir a hablar a ningún barrio sin encontrarse con docentes y vecinos reclamándole por el cierre de las escuelas nocturnas.
Con la Resolución 4055/18 se pasaron de la raya, cruzaron un límite. Es el primer gobierno desde 1983 que intenta cerrar escuelas. Ese hecho tan simbólico como objetivo catalizó el conjunto de reclamos que se le vienen haciendo a este poder hegemónico que pretende perpetuarse en el gobierno para ganar definitivamente la batalla cultural. Por eso esta lucha popular es más que un triunfo educativo; porque se vio que es posible hacerlos retroceder en el campo de la política.
Todos y todas vociferaron “Las escuelas no se cierran”, y con ese grito pusieron en jaque a un poder que se cree inexpugnable. Ese grito se escuchó más porque fue en la calle, donde más les duele. Porque los que gobiernan hoy están viendo que es cada vez más difícil salir a la calle, ir por los barrios o salir a tocar timbres.
Y el grito es más estridente porque provino de los docentes, a quienes este mismo gobierno salió a reprimir, a quienes cada vez les pagan salarios más bajos, a quienes estigmatizan, a quienes pretenden enfrentan con los padres cuestionando el trabajo que realizan día a día. Y también fue atronador el grito porque surgió de los pibes que habían dejado la secundaria para ir a trabajar y ahora querían retomar sus estudios a la noche; de las pibas embarazadas y madres solteras que tenían a la noche esa oportunidad de ejercer su derecho a la educación pública e imaginar otro futuro.
Un tema muy sensible como la vulneración del derecho a la educación para los sectores de la población que por diversos motivos habían quedado fuera del sistema cobró rápidamente interés en la opinión pública, y fue más allá de los afectados por el cierre en cuestión. La autoridades esta vez no supieron medir con exactitud las consecuencias de su desidia. Calcularon mal o les fallaron los principios de la teoría neoliberal del costo-beneficio. Parece que se confiaron, a punto tal que no contemplaron que este dislate y posterior retroceso se pudiera volver en su contra en forma de grito de esperanza política.
Tampoco calcularon bien la capacidad de lucha y la persistencia de las y los trabajadores de la educación, que en su mochila tienen los tiempos de la Marcha Blanca, los 1003 días de ayuno en la Carpa Blanca y la Escuela Itinerante de CTERA. Luchas que se convirtieron en banderas de dignidad para todos los sectores y que ahora fueron retomadas por el movimiento que encabezó UTE-CTERA en la Ciudad de Buenos Aires para resistir esta medida tan injusta.
La derogación de esta resolución se vivió como un triunfo que excedió a los directamente afectados; esta pequeña-gran victoria se regó por las redes sociales, festejándose como un gol sobre la hora de la selección argentina.
Quizás parezca exagerado, pero en un año donde se juegan muchas cosas para el futuro de la sociedad argentina, las palabras del Secretario General de UTE-CTERA, Eduardo López, retumbaron como un bramido en la soledad de la noche: “Luchar tiene sentido”.
Publicado en www.elcohetealaluna.com/luchar-tiene-sentido/