El Ministerio de Educación publicó el decreto 660 para modificar los calendarios académicos de los estudiantes de escuelas y colegios en Colombia, a propósito de las estrategias de protección de la población en medio de la pandemia.
No obstante, hay que decir que la norma autoriza al Ministerio a atender las necesidades académicas hasta que dure la emergencia sanitaria provocada por el coronavirus en el país, que hasta ayer dejaba 525 muertes y 13.610 contagios en los 69 días que lleva el país con la epidemia.
“El decreto entrega al Ministerio y a las autoridades territoriales, como responsables de la prestación del servicio educativo, herramientas para alcanzar los logros de aprendizaje previstos a ser desarrollados durante el año escolar en los diferentes niveles y grados educativos, y que estos se adelanten con base en la adecuación curricular implementada, y según condiciones particulares que en algunos territorios se requieran por la evolución de la pandemia”, señaló la ministra de Educación, María Victoria Angulo.
Entre otros, esta medida será clave y deberá apostarle a mantener la educación virtual como estrategia, teniendo en cuenta que en el país hay 10.161.081 matriculados en escuelas y colegios, que reciben su educación en 53.803 sedes educativas, de las cuales 35.907 están en zonas rurales y 17.896 en zonas urbanas de todos los municipios del país.
ASÍ SE RECIBE
René Londoño Cano, doctor en educación y rector de la Institución Educativa Alfredo Cock Arango de Medellín, señala que es una medida necesaria para el momento atípico que vive el país y el mundo, además de comprender que el modelo educativo, especialmente la Ley 115 de 1994, exige que los estudiantes reciban 40 semanas presenciales de clase, algo así como 120 días al año.
“El decreto tiene la palabra mágica flexibilización, puesto que después de unos considerandos muy completos desde el punto de vista técnico, sicosocial, político, sanitario y práctico, finalmente, deja en manos de las autoridades locales (secretarías de Educación) las necesidades de modificar los tiempos del calendario académico”, destaca Londoño Cano.
Al respecto, la doctora en ciencias pedagógicas y docente titular de la Universidad de Antioquia, Elvia María González, plantea que esta flexibilización permitirá que cada institución educativa tenga una propuesta diferente de educación, entendiendo su contexto y sus necesidades.
“Los rectores podrían hacer otro tipo de planificación en la escuela que mejoraría mucho la calidad”, dice González, y plantea un ejemplo, como abandonar el esquema de materias y que “cada día lleguen los estudiantes a hacer un proyecto en una materia específica en relación interdisciplinaria con las demás asignaturas, y relacionadas con la vida misma”.
La experta sostiene que esta coyuntura se debe aprovechar para cambiar los horarios de los niños de primaria, principalmente, para que “entren más tarde y no a las 7:00 de la mañana”, como ocurre en la actualidad en la mayoría de colegios, tanto públicos como privados.
DESAFÍOS Y TAREAS
Wilson Bolívar, decano de la facultad de Educación de la Universidad de Antioquia, sostiene que hay que entender la contingencia en la que se encuentra el mundo y por ello el llamado es a un verbo que se ha nombrado mucho en los últimos días: “reinventarse”, pero no como una moda, sino como una respuesta a las nuevas necesidades, en este caso educativas y pedagógicas.
Para Bolívar, la educación en situación de emergencia, debe llevar tanto a directivos como a docentes y estudiantes a estudiar con “creatividad la flexibilización y entender que en una emergencia se tienen que tomar medidas para preservar la vida e integridad de las personas”.
Otro desafío, dice González, está en que sí “debemos estudiar más días, pero con otro tipo de currículos, por ejemplo, basados en problemas y didácticas construidas a partir de proyectos”.
¿Y LA CALIDAD?
Los tres analistas coinciden en que la relación de calidad académica y tiempo en un aula de clase no son directamente proporcionales.
Mencionan el modelo de Finlandia, el cual plantea que los estudiantes no tengan que ir todos los días a la escuela, sino a proyectos específicos para recibir la tutoría del docente, por ejemplo.
“Pero si interpretamos la calidad de la educación como esa formación integral que permite que nuestros estudiantes avancen en sus procesos intelectuales, pero también en los emocionales y actitudinales, considero que no se afecta la calidad”, señala Londoño Cano.
El rector además sostiene que los estudiantes en esta época han adquirido mayor autonomía en sus decisiones y, aunque extrañan sus entornos escolares, aprecian el acompañamiento de sus padres y familiares en casa y han podido fortalecerse y “avanzar intelectualmente de forma más independiente. Eso también es calidad”.